Unas horas bastan. Esta misteriosa y encantadora ciudad, aparecida despuès de superar la ROCA, nos sumerge rápidamente en sus costumbres conservadoras con cierto aire retro, propias de un set de cine y no de la vida real. En el lobby del hotel junto a la playa, se recepcionaba para una fiesta de PRIMERA COMUNION. Los niños vestidos de hombrecitos con pantalòn corto o marineritos y las niñas con sus delantales de colores claritos e inmensas y bier marcadas tablitas, trenzas, gorras y demàs, los adultos con trajes oscuros, sacos cruzados, zapatos atados con cordòn y las damas con tacos gruesos, obligatorias medias de nylon y vestidos cerrados, caídos bajo las rodillas, peinadas con armazòn. Una gigantesca recepciòn reunìa a tuta la famiglia unita. Los niños jugaban. correteban sin parar. Mientras contemplaba estas escenas desde el bar del hotel, veo aparecer por la puerta, al Dr. Stuzzeneger y señora, mi querido profesor de Economìa en la Universidad de La Plata, quien casualmente coincidìo su viaje con el nuestro. No nos separamos en todo el recorrido por la isla . Saludos , anécdotas y café me hicieron pasar muy gratos momentos. Luego el Martini Roso. Cuando terminè de engullir la efìmera cereza que lucìa sumergida en el lìquido , nos fuimos. Salimos con Mabel a andar la tarde. La calle de la Rambla frente al Mar Tirreno hervìa de niños que, como gaviotas, se abalanzaban tratando de llenar sus bolsitas con dinero que solicitaban a cambio de la consabida estampita de comuniòn. Me volviero recuerdos y nostalgias de mi niñez en Chivilcoy. Dejamos lentamente el gentìo y nos sumergimos en las angostas callejuelas del Barrio Viejo de Palermo. Era domingo por la tardecita. Un pesado letargo se habìa apoderado de este barrio. El profundo silencio sólo era interrumpido por el incesante cuchicheo de dos vecinas chismosas, que se hablaban de ventana a ventana, separadas por una angosta calle de por medio. De pronto, una lluvia de astillas de bronce,rompió el silencio de la siesta. Las campanas sonabas insistentes. El sacerdote llamaba a misa. Atraìdo por la vehemencia de los campanazos llegué hasta la Iglesia... Allì estaba, Si, allì estaba. Tal vez por una actitud inconciente de mi parte o tal vez por los mensajes que me habìa dado Chicho Curaba, allá en el barrio de Bella Vista de Rosario, esperaba encontrarlo . Parado en le Atrio , su opulenta figura parecìa irradiar rayos de poder. La imagen me pareciò conocida, Sin duda que Scorcese se encargò de ello. Comenzaron a llegar jòvenes de todos lados . Solo hombres. Ninguna Mujer. Muy bien vestidos con trajes y corbatas. Se paraban frente a tan magnìfica figura, agachaban levemente la cabeza y luego besaban el anillo y las dos mejillas del Padrino. Cuando este asentìa con un movimiento de cabeza, entraban al tempo. Esta escena se repitió durante un buen rato. Luego, dio media vuelta, y entrò protegido por sus guardaespaldas . Siempre imaginè una escena como esta en el Barrio Viejo de Palermo. Nunca pensé que podrìa ser real. Los temores me inhibiero de tomar registro fotográfico, pero mis ojos saben que las advertencias de Chicho eran verdad...
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