sábado, 4 de junio de 2016

1994: Madrid: Los fuegos de Arganda del Rey y el vino de las cuevas de Chinchón

Hermoso dìa en Madrid como todos los dìas de este final de verano de 1994. Alejandra Menassa, mi sobrina en segundo grado, nos viene a buscar para llevarnos a Arganda, pueblo distante unos 15 km. de Madrid. Allí vive Alejandra con Sus padres: Olga de Lucìa Vicente , mi prima hermana y Miguel Menassa su esposo. Hace años que viven en Espana . Llegaron en uno de los tantos exodos que se han sucedido en Argentina de los ùltimos años. Parece un viaje de vuelta de los abuelos, que hicieron el trayecto de ida, por los mismos motivos. Olga llegò a estas tierra con Miguel y dos hijos Argentinos: Alejandra y Pable. Aquí tuvieron dos hijos más españoles. Pablo con 19 años fue asesinado una madrugada desgraciada en Arganda del Rey. Me reencontrarè con Olga despuès de muchos años de distancia. Arganda es un aparente villorío calmo de provincia, a pesar de la proximidad con Madrid. Para agasajar este gran acontecimiento, Olga nos esperaba en su casa con carne para un asado; un menú extraño para estas tierras. El asado lo cocinarìa un noviecito que tenìa Alejandra por aquellas èpocas. Un gracioso chaval españos. Casi fue una catàstrofe. No entendìa de fuegos ni de cocciones. Sin dejar prender las brasas, intentaba cocinar la carne con la llama que despedìan. Tomé riendas del caso y me puse a sar como lo hacemos en casa. Primero las brazas. Desde el patio , con un vaso de vijo en la mano y mientras le daba el tiempo necesario a la cocciòn me deleitaba contemplando las peladas cerranìas de Jarama. Pasamos unos momentos muy agradables. El asado estuvo muy bueno. Novillos de calidad, por aquì no faltan. Este es un puebl afìn a la tauro manìa. Una de las principales esculturas públicas de Arganda representa a un magnífico toro con su testuz inclinada amenazante hacia el torero, erguido con capote y espada en mano. Por la tarde Olga, excelente anfitriona, nos llevò a conocer Chinchòn, muy cerca de allí. Un poblado de otra época y otro tiempo. Enclavado en colinas y serranìas, lucen sus techos de tajas y casas de dos plantas con balcones y malvones. Como si fuera una postal. Girando por sus callejuelas, entre subidas y bajadas, siempre desembocabamos en la Plaza Mayor. Conservada por los años como testimonio de otras épocas. Rodeada por edificios con enormes balcones, perfectas plateas para presenciar los espectàculos que allì se realizan. Desde corridas de toros, bailes, desfiles y cuanto motivo haya para reunirse y pasar buenos momentos. Lo curioso es que los dueños de los balcones son difentes al propietario del departamento. Al menos esto era así. Los habitantes del departamento dejaban pasar a los dueños de los balcones en una especie de servidumbre cada vez que hubiera un espectàculo en la Plaza. Muy original. Imagino las galas cuando en esta plaza se ungiò a Felipe V rey de España en 1706. En busca de sabores autòctonos, descendimos en cuevas, cavas y sòtanos. Allí funcional las bodegas, los vinos y los jamones. En el Mesòn Quiñones, cueva de los Murcielagos, probamos unos vinos recièn sacados de sus enormes vasijas o su cueros y saboreamos unos pimientos del piquillo recièn horneado en enormes hornos de barro. Los vinos y sus vasijas son testigos de anecdotas de jeques, artistas, deportistas, tapas de Hola que han visitado este Mesòn y disfutado de sus manjares. Cuando el vaho del alcohol se nos subiò a la cabeza, trepamos como pudimos las escalera y salimos de aquellos sòtanos, bajamos la cuesta por calles desiertas y volvimos a Arganda.

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