Museo del Prado:El Perro de Goya le gruñe a las Meninas . Al primer gran museo de arte que fui en mi vida fue al Prado de Madrid. Exaltaciòn y exitaciòn que se siente por estar rodeado de galerìas y salas repletas de cuadros. Vértigo por El Bosco y los flamencos, vértigo por Tiziano y los renacentistas italianos. Embriagado por sobredosis del mejor arte las munto y de todos los tiempos, lleguè a la sala de Velázquez. Una irresistible fuerza magnètica me llevò a enfrentarme ocn Las meninas. Hipnotizado por la intensa mirada del Pintor que te invita a entrar al cuadro, sentí una extraña sensaciòn de mareo. Alcancé a sentarme en un inmenso banco de madera ubicado justo frente a la obra. Allí quedé extasiado por largo tiempo. Debo confesar que, salvo el tremendo encontranazo con un ladrillo en Santa Rosa, La Pampa. agarrado a los pantalones de Peto que me produju una herida en la frente cuyas marcas aùn consevo, nunca estuve en trance de mareos. Esta vez sì frente a las Meninas. Mi mirada no podìa apartarse de la escena. Entré cuidadosamente evitando pisar los enormes vestidos de niñas nobles y sèquitos de enanas , no pude evitar mirarme en el espejo e intentar salir, junto a aquel caballero negro por la puerta de fuga del fondo. ¡Esto es una obra de arte! Me llevo guardado al Prado y a Madrir por Velazques y tambièn por Goya. Bajè en su sala a ver las pinturas negras y me encontré con el perro, desolado y solo. Solo, totalmente solo, enterrado en arnas suaves con una desolaciòn que contagia. No pude responderme a una pregunta que me brotò en el pensamiento: Cómo hacer para curar el tajo del tiempo. Aquella obra me pareciò colgada en un salòn de arte contemporàneo. Que me perdonen las bellas majas y los fusilados de la Moncloa. El perro fue el Prado que me llevo bien guardado.


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