El museo del Jamón: Pasar por una vidriera y ver cientos de jamones colgados, es una tentaciòn irresistible para cualquier mortal y ni que hablar, para alguien quien como yo, tiene sangre española circulando por sus venas. Inveitable fue para mì, entrar al Museo del Jamòn: la primera vez que lo vì y cuantas veces pasara frente a alguno de sus locales madrileños.
El aroma intenso despierta mi carga genètica. El jamòn y los toros deben ser las mayores pasiones de este pueblo. Recuerdo hace años haber leìdo un libro sobre gastronomìa española. Sostenía el autor que los españoles comen momias. Por siglos y siglos, sus ciudades y sus habitantes fueron sometidas a contantes sitios, situaciòn que los obligaba a conservar sus alimentos por largos perìodos de tiempo . Bacalao, legumbres, turròn y jamòn; son sólo muestras de esta afirmaciòn. Asimilados los aromas salobres y rancios, basta solo levantar la cabeza y estalla otro de tus sentidos: la vista. Ver y contemplar cientos de ejemplares colgados es una obra de arte conceptual . Pata negra, jabugo, bellotas,se suceden sin fin. Así, desnudos. Totalmente desnudos. En Argentina estamos a ver los jamones vestidos con lienzos y telas, tal vez para protegerlos de la humedad. En estas comarcas castellanas, la humedad es escaza. Sólo el parguitas invertido para colectar los fluidos grasos que aùn despiden. Solamente. Desnudos. Activados ya estos sentidos, sólo falta exaltar el gusto. Incomparable bocadillo acompañado de una caña . Siempre tiene sabor a poco . Disfrutè el Museo del Jamòn. Retenido por sus encantos, casi pierdo el aviòn de regreso a la Argentina. Volverè a Madrid. Sus jamones ayudan.


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