miércoles, 19 de abril de 2017

Estambul: 2016

HISTORIA DEL PAN INFLADO DE ANTONIO BANDERAS

El contacto con otras culturas siempre está lleno de sorpresas, todo causa extrañeza y perplejidades; primero debemos vencer los prejuicios que edificamos en nuestras mentes, luego comprender. La primera caminata por las calles de Estambul produce la impresión que todo se mueve más lento, que la gente no tiene el apuro que vemos en otras grandes urbes del mundo; una sensación parecida a la que me produjo Lisboa: las dos puntas del Expreso de Oriente. Los hombres caminan y conversan tomados del brazo, un lazo de proximidad, mientras que las mujeres, por lo general caminan detrás de los hombres con sus cabezas cubiertas y sus velos cubriendo el rostro;  en Estambul persiste el choque cultural entre Oriente y Occidente, es la ciudad límite de dos culturas. Los comercios están abarrotados de mercancías y vendedores y comerciantes ofrecen sus productos desde las puertas mismas del local. Inmensas vidrieras ofrecen las más variadas especias y frutas secas, dulces, mazas, caramelos, baklavas de pistachio, de almendra, de nuez, brillosas y orgullosas con sus baños de almibares de miel ; ofrecen tapices, alfombras, almohadones, manteles y cojines de raso, de seda de terciopelo. Telas de hermosos diseños en una gama de colores que los caracteriza, todos nacidos desde la oscuridad, nada pop; tramas geomètricas, curvas, con sensibles rasgos de escritura árabe; ofrecen làmpara y colgantes, de vitreaux, globos de bronce y vidrios de vistosos colores, al por mayor cuelgan y se suspenden unas sobre otras, componen un conjunto de valet, girando su cuerpos al aire, siguiendo con intensos movimientos la música de orquesta ; ofrecen cacharros, vasijas, rakuas, satenes y lámparas de Aladino con duendes de gasoil, lustrosas estàn de tanto frotarlas en vano, en busca de historias que solo la imaginaciòn puede darnos. Los esforzados mercaderes del zoco pasan largas jornadas transando, negociando, ofreciendo, convidando; ofrecen ludos, ajededreces, burakos, naipes, de madera, de nacar, de marfil, de plàstico, dispuestos de tal manera que invitan a jugar. Los modernos tranvìas trenes  forman los convoyes que van y vienen. Ellos y los transeùntes son los ùnicos visitantes de las calles. Los automoviles han quedado lejos . Subimos la cuesta breve entre guirnaldas y farolas, rodeado de mesas y banquetas decoradas con hermosos tapices de vistosos colores y la luz pendiente del techo en tres niveles . Allí están, justo en el cruce de dos calles, frente mismo de nuestro hotel Saultania: una mesa de madera ornamentada y en el centro un inmenso pan inflado. El pan de Pita, tostado, crocante, invita a comerlo, preside los manjares de aquella mesa. Basta detenerse a mirarlo y se acerca el restaurador, un turco vendedor de fantasìas, nos llama Antonio Banderas por nuestro idioma español. En honor a su raza y a su genetica se las ingenia para sentarnos a la mesa y ofrecernos sus magnìficos manjares. No sé si eran tales, pero la simpatìa de Antonio Banderas nos retuvo y allì recaímos varias veces en nuestra estadía. Antonio Banderas era infalible, siempre con un argumento teatral para seducirnos. Bebimos en su honor un té de manzana con sales de limón. 







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