lunes, 1 de mayo de 2017

2016: Estambul: La mezquita de Suleiman el Magnifico



La mañana estaba lluviosa. Dejamos el Gran Bazaar por una de sus puertas del fondo . Alli nos encontramos con que nacía otro mercado. Tan intenso como el del Gran Bazaar. Mercancías en cantidades y por doquier. Puestos más informales, ofertas, regateos, diputas. Una calle convertida en un largo corredor lleno de bagatelas. Llegar al final de aquella interminable calle sin haber comprado nada, era verdaderamente un milagro. Luego seguimos protegiendonos de la lluvia a través de una avenida, trepando la cuesta con dificultad: la amenza de patinar era cada vez más próxima. En la Cúspide de la colina lucía radiante y  omnipresente la mezquita de Suleimaniyi; mezquita de cuatro minaretes ofrecida a Alá por el Sultan Suleiman, conocido como el magnífico por sus conquistas y aporte a la construcción del inmenso imperio otomano. En este caso, fueron ofrendas obtenidas en victorias militares y saqueos varios. No fue el herario público quien financió esta mezquita. El mármol blanco reluce impecable, sus baños parecen impolutos: lucen una limpieza y una blancura inconcebible, allí . Apoyé los dos pies en el logar indicado y miccioné placidamente, parado y buscando puntería en los clásicos baños turcos. Camino al ingreso me quedé admirado apreciando a través de columnas de marmol, un conjunto de esculturas  semajando menires o totems: era el cementerio de la Mezquita y los menires eran tumbas. En su lugar principal y de privilegio dos imponentes criptas o panteones muestran orgullosas lo mejor del arte funerario turco: son las tumbas del propio Soleiman, una, y de Hurriem su esclava, esposa y Sultana preferida; quien se ganó el amor del Sultán . En el predio de la mezquita hay mucho más que religión: hay escuelas, artes, dispensario, comedores populares, etc., acordes con el perfil de Soleiman. Dejé mis zapatos a la entrada, ingresé a pies descalzos como debe ser, los lavapiés eran usados por los creyentes antes de ingresar. Su interior tan imponente como la mezquita azul. Pensé en lo laborioso que habrá sido en otras épocas encender las cientos de lámparas que penden de la inmensa rueda central. Una joven musulmana, pertenciente a la comunidad de la mezquita se nos acercó muy amblemtente para explicarnos el sentido de las cosas. Hablaba muy bien el español: nos excplica que Jesús fue un gran profeta anterior a su Mahoma, pero de ninguna manera fue el hijo de Dios, que la Virgen María es la única mujer que nombra el Corán como ejemplo de pureza femenina, nos explica las buenas enseñanzas de Mahoma: el espíritu de ayuda al necesitado, la cooperación, la hospiitalidad, etc. Debo decir que me cuesta asociar la calma de esta muchacha, la persuación de sus palabras, el espíritu de hacer le bien al prójimo, con las cabezas rodando, separadas del cuerpo de un sablazo mostradas en directo por la televisión, también en nombre de Alá. Cosas de la política, dijo la niña cuando la inerrogé al respecto. Alá nunca desea el mal de nadie. Bajamos la cuesta por coloridas calejuelas empinadas . Al poco andar,estabamos a la vera del Bósforo.






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