miércoles, 30 de septiembre de 2020

2017 VIENA

Gustavo, vestido con su túnica negra y calzado con un par se sandalias franciscanas, lucha en su estudio contra los fantasmas del deseo: Tiene frente a sí la tela blanca, y un poco más allá, Adele Bloch, totalmente desnuda lo mira insinuante, su mirada busca placer, sus labios arden, sus manos acarician su propio cuerpo, hacen resaltar boientras que en otro rincón de Viena, sentado a su mesa habitual en el elegante y paradigmatico Cafe Central, Sigmund  Freud  discute sus raras teorías sobre los sueños y el sub consiente  con el exquisito y pragmático Stephen Zweig. Ambos luchan con los fantasmas de Nietzche y presienten la locura antropológica de las guerras que se avecinan, mientras que disfrutan del lujo y los placeres. Por frente a las vidrieras del Café, pasa  Von Mises apurado, como de costumbre, sin mirar siquiera dentro, lo espera otro destino: Su escuela de Economía. Es incansable en su lucha porar defender los principios de la Economía de Mercado y contrarrestar con teorías, el creciente movimiento de ideas socialistas. El joven Hayek lo espera para tomar la posta de la Escuela Austríaca de Economía, ambos son Nobeles. En los arrabales de Viena, Egon monta su precario taller en su modesta vivienda; sueña con las obras de su maestro Klim aunque su mente divaga por mundos marginales. Sus modelos son chicas de la calle, niñas escolares pobres seducidas por el artista y que posan para él desnudas en poses extrañas, compungidas. Son muy jóvenes las niñas, es muy joven el pintor, ni sueña con decorar los enormes espacios burgueses como lo hace Gustav, ni pretende  alimentar una amistad con Otto Wagner, el arquitecto de moda, diseñador y constructor de obras con un enorme valor simbólico. Sin embargo los tres mueren en el mismo año, los tres afectados por la peste; la gripe española los aniquila. Mozar revive en salas y salones, es el más grande compositor austríaco, su música se respira en salas y teatros. Los soldados del si-la-sol, vestidos con sus atuendos tradicionales, calzas blancas, chaleco y saco rojo claro con vivos dorados, largas pelucas blancas cubren sus cabezas calvas, ofrecen conciertos por 30 euros. Viena respira intelecto, exquisita arquitectura, pulcritud extrema, orden y respeto. La ceremonia de los cafés y sus poetas, sus pintores y pensadores . El Museo Leopold con Egon, el Belvedere con Klimt. Si no conociera la historia, Viena se me presenta como la ciudad ideal: Limpia, Segura, Sin pobres, sin desocupados, sin trapitos ni limpia vidrios, sin baches ni transgresores... Me surge una pregunta: Qué les falta para ser felices? Su respuesta no se hace esperar: - ! El Sol ! Aquí durante más de seis meses es difícil ver el sol. El mal tiempo deprime, angustia, se carga de melancolía. No existe la felicidad completa. Pisé Viena a las puertas del Belvedere, castillo veraniego construido en en el siglo 16 por el príncipe de Saboya, perteneciente a la corona italiana, hoy devenido en Museo y Hotel. En una de sus salas de la primera planta guarda obras de Klimt, Schiele, Kokotcha, miles de millones de dólares en obras de arte. El Beso es la obra que preside la exhibición, obra emblemática de Klimt. Visité la sala. Esta es una de las obras de arte que quiero ver, pero también quiero hacer uso de mi sentido crítico y enviar mi más fuerte repudio a una lamentable construcción de una casucha con techo a dos aguas, tipo casa de nieve y a

No hay comentarios: