Desde unos cuántos kilómetros antes de llegar ya sabía que estaba allí. La tierra en surcos de prolijos viñedos era de color marrón-ocre-rojizo . Un tierra siena inconfundible, el mejor que pueda lograr una eximia e irreverente paleta de pintor. Lucìa esplèndida con el verde complementario de uvas y viñedos. La ciudad, a lo lejos, asomaba por sus cùpulas. Estaba teñida del mismo color. Mímesis inconfundible entre tierra y obra. Sucede en todos los poblados con fuerte tiñe en sus tierras. Las callejuelas empedradas trepan resplandecientes inundadas con el resonar estrepitoso y encendido por lucièrnagas de fuego, chispas y destellos de caballos y jinetes lanzados en su mayùsculo efuerzo tratando de llegar primeros al PALIO. Allí lo espera el trofeo digno al ganador, envuelto en blasones, banderas y estanrtes. Todo parece quieto en el tiempo. Sus paredes hablan de siglos. Aún resuena el bronce de campanas sueltas al viento. De pronto, aquella alegre mùsica de campanario se confunde con la furia de motores rabiosos. Vuelan como aves mortìferas. Son los cazabombarderos que ràpidamente cruzan el Adriàtico para dejar del otro lado torrencial lluvia de bombas y tendal de muertos inocentes en la indefensa Kosovo, entregada de pies y manos a la voracidad destructiva de Dictadores y de los " otros".
Esto ocurre aquì. Nos cierra el paso en la calle principal de Siena, una pacìfica y nutrida manifestaciòn que protesta contra la guerra. Con sus banderas, blasones y estandartes. Con la verguenza que sangra. Impotencia de no poder detener ni el desorden ni la orden.
Siena quedò guardada en mì. Quisiera convertirme en su tierra. Quisiera teñirme de su color...



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