¡Nunca más volveré a viajar con enormes valijas! Viajar con una vaca de tiro es una incomodidad intolerable para mi edad. Aquel juramento que hize, lo he seguiro a rajatablas hasta el dìa de hoy. Es que esa inmensa valija se descangallò en el Subterràneo de Nàpoles mientras hacìamos la combinaciòn al tren que nos llevarìa a Sorrento. La Cirunvesuviama nos paseo sobre jardines llenos de limoneros y nìspero en flor, por grnajas, huertas y campiñas, siempre perfilado en el horizonte el amenazante Vesuvio. Así llegamos a la estaciòn Sorrento. Rapidamente quedamos inmersos en una ciudad tìpica "italiana", calles con recovecos, hoteles y hospedajes antiguos por fuera, tratorìas con tabola calda, pizzas y lemoncelo. En el hotel fuimos recibidos por un coserje argentino, más precisamente oriundo de Mar del Plata, un emigrado más de tantas crisis caseras. Una vezalojados y ya en la habitaciòn, abrì las ventanas que permitiò el ingreso en torbellino de una espeso aire marino y ¡Allí está! en toda su plenitud de radiaciòn iridiscente, el azurro intenso del mar. La vista se expande al infinito confín del Mediterraneo. A los pies, una pequeña huerta urbana luce rebozante de verdes limoneros y amarillo limòn. Extasiado por el paisaje, los olores y los colores, desde dentro de la habitaciòn me llega la voz de un relato futbolìstico con nombre conocidos. Increíble la globalizaciòn. Están pasando un partido ente San Lorenzo de Almagro y Arsenal de Sarandì.
Sorrento, pueblo marítimo, rodeado por cerranìas, dibujan un paraje de ensueño. Puerto y naranjas, barrancas y redes. Como toda la costa amalfitana, donde los pueblos caen sobre el mar como rìos de lava.
La noche se llenò de voces extrañas. -Sono los tedeschi... mascullan los italianos con cierto desprecio y temor. Llegan en tren bala y se llevan el mundo por delante. Un estallido de vidrios y espumas llena de rumor la calles, que lentamente se va llenando de escombros. Botellas de cerveza Moretti medio vacìas, volaban por el aire con distino fijo: la calle. Paradojas de este mundo; lo que cuidan con esmero en sus casas, lo destruyen y ensucian en la casa ajena.
Pizza al horno de barro, shouw de los atrapatestas, jolgorio y albedrìo llenaban el barrio viejo de Sorrento.
A las primeras horas del dìa siguiente, el barco espera en el muelle para llevarnos a la Isla de Capri. Bella, pulcra, blanca, colorida, muy preparada para recibir turistas. Me cuesta imaginar la ida local propia de los caprinos ... caprienses, capri, bella por donde se la mire.
Subida desde el muelle acompañada de increìbles tapices de Santa Rita en flor. Rojo magenta único, iluminado por la luz azurra del mar, provoca contrastes inimaginables con el blanco de las casas. Arriba, lujos y bellleza, tiendas de moda y feroz duelo dialèctico con los sorrentinos por el derecho de autor del Lemoncello. Delicia.
Mira al mar que hermoso es
huele estas flores de naranjos.
No me dejs
No me des ese tormento
Hazme vivir
¡Torna Sorrento!
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