Dejé Agrigento llevando el recuerdo en mi paladar y en mis retinas. Sabores de manjares ùnicos me llevan a pensar que Sicilia es el mejor lugar de Italia para el bon mangiare. Bordeando playas y fiordos bañados por la inmensidad del Mediterraneo, me tope con las ruinas de Selinute, al tope de la barranca, soportando a sus pies un inquieto y sono mar. Parecìa queres devorarse el fiordo. Encima, las ruinas, innegablemente griegas y curiosas por el incierto destino de las ciudades fortalezas expuestas a los ataques por mar de Sirios y Troyanos,de Persas y Cartagineses, bulnerable condiciòn de las novias del mar. Testigo de mil batallas y sus eternas guerras con Segesta.
Hoy terreno de ruinas, piedras, flores y visitantes ignotos.
Bastantes años despuès, en otros mares, en otras costas, por el Caribe y el Mexico Maya me encontrè con Tulum. Mi mente hace una sìntesis y transportada en el tiempo y la distancia hago una relaciòn entre Selinute y Tulum. Dos culturas ya desaparecidas, dos ciudades fortalezas sobre el tope de una barranca, piràmides, columnas, piedras, arquitectura y distribuciòn urbana similar, dos mundos donde aparentemente nada sabìa uno del otro y sin embargo casi la misma resoluciòn. Solo preguntas.
Más adelante en la ruta y llegando al vèrtice del triangulo Sicilia, pasé por Moscato y no tomè ni una copa, pero sí junté mis recuerdos de años jòvenes, cuando trabajaba los veranos en la pizzerìa de mi Tio Pedro en pleno corazòn del Barrio de la Boca en Buenos Aires, atendìa todas las tardecitas a un anciano cliente genovés, baya novedad para el barrio, que se comìa una porciòn de pizza con faina y tomaba una copita de Moscato. Original. El Moscato es un vino que casi ya no se toma, muy dulzòn y misero. Mi error fue no haberme detenido a tomar una copa allì. Seguì viaje para treparme a la terraza de Erice, colgada allà en lo alto, en la punta de un Cerro, en un camino donde parecen aùn resonar los cascos invasores, en medio de gritos y chispas de aceros chocantes, en ataques fallidos de guerrero audaces. Una ciudad netamente Medieval, casi sin contaminar, con sus calles empedradas con figuras artìsticas, vaya uno a saber por esclavos de que origen. Una maravilla. Allí arriba reina la paz






. Su condiciòn de inaccesible la hace solitaria y silenciosa. El humo de sus hornos embriagado de esencias atraen al olfato. En Erice hacen unos postres y unas masas deliciosas. Una academia de sabores sicilianos. Por supuesto que disfruté de ellas y también del paisaje que se me presentaba a los pies de aquella terraza. El valle de Sicila en toda su magnitud. Despierta los sentidos y trasmite sensaciones de poder.
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