Por alguna razòn esta magnìfica isla me atrapó. El misterio inmenso de una cultura signada por constantes conquistas y diversas migraciones a lo largo de su historia; Griegos, Romanos, Cartagineses, Persas, Normandos, Españoles, Arabes. Todos dejaron algo para que los sicilianos sean como son: amables con el huésped, exquisitos degustadores de manjares inigualables, alegres y cabrones por igual medida, amigos de sociedades ocultas con fines no confesos, aunque aparece un firme deseo de disputarle el poder al Estado burguès. Todo en un entorno de una belleza incomparable con ciudades que parecen museos abiertos de arte y arquitectura.
Mientras el taxi rueda a velocidades sicilianas camino al aeropueto desde Palermo, mantengo una charla intensa con el tachero, muy locuaz y simpàtico: que los mares y las playas, que la isla de las mujeres infieles, que la roca y la piedra. De pronto se cruza la rosa roja. En plena curva, caída sobre la calzada llora su pèrdida y su soledad. A los costados, más allá del guard rail una montaña de flores, ramos, coronas, se levanta como si fuera una pintura surrealista. Pisamos la rosa roja. Mi curisidad y la consabida locuacidad no pudieron contenerse: - Qué pasa que hay tantas flores y ninguna persona? A secas recibo una respuesta :- El aniversario de Falcone. El silencio fue mi aliado para buscar en la mente un recuerdo aun fresco en la memoria. Mi mente se trasladó a la República Dominicana, esa otra isla, donde pasaba unos dìas en el Caribe todavìa con algo de virginidad. En uno de los primeros hoteles Barcelò que se plantaron por aquellas costas, me levanto una mañana y veo en los titulares de los periòdicos europeos que allì llegaban, un titular a grandes letras: ASESINARON A FALCONE. Veinte años antes del encuentro con las flores. Murio el juez Falcone en un atentado con bombas en plena autopista, cerca de Palermo. Cuando mi mente repasò el episodio, surgiò espontáneo - Ahh!, el juez que mató la Maffia!. Fué suficiente para que el dialogo con el taxista se interrumpiera abruptamente. De su boca no volviò a surgir ni una palabra. Comprendì una vez màs que por estas tierras hay cosas de las que no se habla.
Repasé mis fotos de Cefalù recientemente reveladas, pues en esa época las fotos se revelaban. Volvì a las puertas del Tirreno, a la playa suave, a los coloridos botes de los pescadores, al Martini Roso bebido en los bares callejeros, al Cabaret internacional que se asomaba sobre la calle principal. Un clima muy tranquilo, una gente muy amable y la majestuosa piedra con apecto de cabeza que dá nombre a esta ciudad. Belleza, mar, pescados. Entre estas fotos bellas, debo confesar que se me colaron algunas de Messina, ciudad que aparece y desaparece tras sus constantes terremotos, fria, sin alma, solo un paso para ir, si quieres nadando, hasta el continente, y la relojerìa de Guglielmino, como Pablo, mi amigo de Rosario. Claro que en argentina si no tenés apellido italiano seguro que es español.
Me fui de esta isla cautivado. Volverè a comer el pez espada, las inolvidables chichirriatas que hacìa mi madre en Chivilcoy cuando era niño, las milanesas que deberìan llamarse sicilianesas, el cus cus y las ocultas develadas sociedades de Corleone, Palermo y Agrigento. Amo a Sicilia.
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