jueves, 2 de junio de 2016

MADRID- 1994

LOS PUNTOS CARDINALES DE MADRID Llegar a Madrid por primera vez en mi vida me hizo sentir una agradable sensaciòn. Pisar la tierra de mis abuelos me produjo una profunda emosiòn. Además deseaba reencontrarme con Mabel. Había venido unos cuántos días antes para cursar un Seminario en la Universidad de Navarra. Ansiabe verla, darle un abrazo, besarla. Mi primera impresiòn en Barajas fue a causa de un intenso hedor agrio que llegaba a mis narices procedente de las axilas de un guardia de Migraciones. Cuando tomó en sus manos el pasaporte que le extendí, se liberaron aquellos indeseables efluvios. Primera empresiòn: el olfato. Confirmaba un prejuicio que llevo a cuestas: Por estos lados los baños son escasos y las duchas infrecuentes. El trayecto desde al Aeropuerto hasta el hotel Gran Vía donde nos alojaríamos, ubicado en el Numero 25 de la calle homónima, lo hicimos en taxi; en medio de un tráfico intenso, caótico chillón y bullanguero. España estaba resurgiendo de años de oscuridad, escasez y autoritarimo. Ahora todo era màs pròspero, más libre, más alegre. De pronto se abrieron ante mì, las puertas de Alcalà; entrada con mùsica, ritmo e historia que dá la bienvenida al viejo e imaginario centro de Madrid. Cual si fuera un general romano victorioso, pasé bajo sus arcadas, aspirè hondo y dejè sumergirme en aires nuevos, que no por viejos, lucìa frescos a mis emociones.Se abrió tambièn la gran vìa: blanca, resplandeciente, para dejarme pasar entre cùpulas, ángeles alados y minaretes. En la esquina del 25, estaba el Hotel Gran Vía. La arquitectura del Hotel me era familiar, muy similares edificios pueblan la Avenida de Mayo en Buenos Aires y además me resultò muy parecido al viejo Hotel Majestic de Rosario. Salvando proporciones, aquel viejo hotel Mejestic fue quien me cobijò cuando llegué a Rosario en el año 1976. Inicio de una nueva etapa de mi vida y comienzo de una aventura empresarial arriesgada y audaz como solamente se puede encarar en la juventud. Este aire extraño pero conocido, fue mi segunda gran emosiòn en Madrid. La tercera e inolvidable fue el reencuentro con Mabel. Nunca desde que nos casamos habìamos estado tanto tiempo separados por tan larga distancia. El calor arreciaba por las calles Madrileñas. Un cartel tipo back light anunciaba 41º C frente a las oficinas de Telfónica. Era la hora de la siesta en un dìa domingo. Luego de hacer unas llamadas a Argentina, buscamos refugio en la habitaciòn del hotel, fresca y confortable. Por aquel tiempo me sorprendìa la tecnologìa para abrir las puertas y para conectar la luz: ¡ una tarjeta magnètica ! Nos dimos un tiempo para sentir nuestros cuerpos otra vez juntos y descansar del viaje. Luego, con la fesca, saldrìamos a caminar la ciudad. Siempre tuve por costumbre, cuando llego por primera vez a una ciudad, averiguar la ubicaciòn de los puntos cardinales. Es una manera de orientarme en lugares extraños. Era el atardecer; ya en el lobby del hotel, pregunto al Conserje por ellos. Quedó estupefacto. Totalmente desconcertado por mi pregunta. Interrogò al botones y cuanto sujeto por allì andaba, hasta que por fin dio con alguien que conocìa del tema. - Pues hombre, que los he aprendido de niño en la escuela con un versito que aùn recuerdo: Que si al frente tengo el naciente, a mis espaldas el poniente, el norte està a mi izetc... Cuando termino de recitar su poema, le estuve muy agradecido, pero es claro, como era el atardecer no podìa ver ni el naciente ni el poniente, así que lo interrogué por donde sale el sol. -Hombre, coño, eso sì que no lo sè. Su poema me fue y me sigue siendo de gran utilidad. Hasta el dìa de hoy lo aplico en cuanta ciudad nuevo conozco. Con este bagaje salimos a desenredar aquella maraña de callejuelas, curvas y laberintos del mejor estilo borgeano. Salimos sin rumbo. La ciudad nos llevarìa: Las Puertas del Sol, la Plaza Mayor, el Palacio Real, una raciòn de jamòn en el Museo del Jamòn con media caña. las colosales tiendas de El Corte Inglès, los bares de tapas frecuentados por mucha gente madrileña. Ya de noche llegamos a Las Cibeles y el Paseo de la Castellana, magnìfica avenida, anchìsima, llena de bares y gente. El intenso calor seco y mediterraneo de la planicie castellana, se hacìa sentir, pero no es tan cruel como el calor húmedo de Rosario.El regusto del salado del jamón nos reclamaba un helado, ofrecido tentador por un "carrito" plantado sobre la enorme vereda del paseo. Pido mi helado de "frutisha" y esto fue un shock para la niña que nos atendìa: su inexperiencia y nuestra pronunciaciòn rioplatense la desorientaron. Desconociò la palabra, parecìa entrar en pànico, y le pregunta a viva voz a su madre que estaba en un apartado privado del puesto. - Madre, aquì hay un seños que pide helado de "frutiia". - De fresa, hija. De fresa. Contesta la madre desde dentro de su habitàculo. Estas experiencias tempranas me remontaron a las historias que supo contar el Dr. Bollini en Bragado en la noche inolvidable de los viernes en el bar de Sosa,de su viaje con Patruco a España. Patruco era un buenazo pueblerino un tanto "rústico" en su lenguaje, que al llegar a España le dice a un changarìn " Che, Pibe, haceme una gauchada" . Demás està decir que aquel pobre chaval no entendìó una sola palabra. Por aquì no juegan. Juegan otras palabras. El helado estaba muy rico...

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