viernes, 12 de agosto de 2016

1994: Barcelona. España. "¿Los toros no comen tomates?

Este sí es un parque como los que estoy acostumbrado a ver. El Parque de la Citadella es hermoso, pero es un parque tal como lo concibe el establishmen, tal como lo defirnirìa el mainstream (palabra globalizada). No es lo mismo que el exòtico Parque Guells. La fuente de la Cascada, donde, debo confesarlo, no tirè ninguna moneda, ni vi nadie que lo hiciera, tiene en su parte central un monumento coronado en su tope con " El carro de Aurora" , la cuàdriga que se repite con insistencia en los monumentos de diversas partes del mundo. Incluso en Rosario tenemos uno sobre la cùspide de la Sede del Gobierno Provincial, ex Jefatura II de Policìa. Parece increìble que sobre este parque y sobre esta fuente tambièn trabajò Gaudì en sus años jòvenes. No dejò ninguna huella de su genialidad. Se confunde con todos, como si fuera uno màs . Barcelona me diò la impresiòn de una ciudad donde se mezcla lo contemporàneo con lo clásico. Conviven las dos corrientes. Si bien lo grandes artistas de este siglo, de la talla de Mirò, Tapie, Gaudì, Dalì, fueron todos revolucionarios del arte. Por ello me parece que Barcelona es decididamente una ciudad de Vanguardia. Se respira al caminar por sus calles, al observar el desenfado de las catalanas al lucir sus cenos desnudos en atrevidad terrazas, expuestos al sol y al falso pudor que pesa en " mi cultura", obligàndome a no saber que mirar por no mirar. La Rambla la caminamos desde el Corte Ingles hasta el Monumento a Colòn, saludando sin respuesta al nobe Quijote, hombre estatua, quien solo alcanzaba a mover sus ojos infocàndolos en el tacho de colecta que estaba a sus pies. En una oficina de Renfe sacamos nuestros pasajes a Paris. Paris ya està cerca. Con sed, me apilè a un bebedero pesado de agua a chorritos, como los que recuerdo en mi infancia en la Plaza Principal de Chivilcoy. Por aquì, abundan. Tienen un claro sentido de la sed. Volvimos al hotel en Metro. En horas de la tarde, iríamos con Luciano Maia a presenciar lo que serìa mi primera y ùnica corrida de toros. Ya el ambiente en el hotel estaba caldeado. Allí se alojaba un Torero con cierta fama, rodeado por todo su sèquito de seguidores, picadores, mozos de espada, banderillero y adminradores. Salimos con Lucian para el Monumental, nombre de la Plaza, homónimo del estadio de River Plate en Buenos Aires. Bastante livianos de ropas, porque la tarde estaba calurosa. Compramos nuestro boleto en las taquillas habilitadas y adentro. Había seis toros en aquella jornada. Luciano me lo recordarìa tiempo despuès, cuando me mandò desde Brasil, una foto que me tomo al Frente del Monumental, con una inscripciòn al dorso que decìa " el dia de la matanza de seis toros". Junto con la foto, me mandò su libro dedicado en la primera pàgina Jaguaribe. Junto venìa una carta, fechada en Fortaleza, el 9 de febrero de 1995 en hojas de papel del Jornal Do Pao, diario dende Luciano era columnista. Tenebrosa fiesta se nos presentaba. Mùsica y colores. Belleza estètica ùnica. Magnìfico cuadro para una espectàculo de Sangre y Arena. Quedé cautivado por los trajes de luces, por el porte viril y elegante de los toreros, por el ritual de la corrida, la bestialidad de hombres y animales. Derroche de sangre fluyendo. Alientos humanos contenidos; alientos liberados en resuellos y resoplido de los animales, agónicos. Patadas truncas y furiosas a la arena. Marca su territorio el toro. El torero irà a buscarlo pero rehusa entrar en el círculo. El toro malherido va perdiendo su fuerza. El torero pide permiso para matar. . Resonar de la espada, mirada contra mirada, injusta, desigual, salto y estocada. El toro nada comprende. Sus fueras lo abandonan. Brota la sangre en su boca. Tuerce sus patas sobre la arena. Se arrodilla en gesto agònico. Caen con el ùltimo suspiro. Me quedò un sabor amargo. Se llevan al toro a la rastra, tres peones. Tres. Deja surco en el suelo, Regado con sangre. Los mùsicos anuncian el final. Luciano tambièn quedo cautivado pero con bronca. Llegamos de regreso al hotel un par de horas despuès. Luciano comenta a viva voz, a su esposa, que lo esperaba sentada en la barra del bar del hotel, en un inconfundible portuñol "E suma lastima, em tutas perdiò el toro". Fue un desquicio. Lo escucharon los del sèquito del torero y con furia y prepotencia lo encararon mal a Luciano. Inocente fue su comentario. No asì para los toreros que se toman la vida en serio a pesar de lidar con la muerte.

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