LAS PISCINAS DE CLEOPATRA.
Con gran dificultad estoy tratando de pasar por encima de una enorme columna de mármol travertino que yace sobre el fondo de esta extraña pileta, donde nos estamos bañando. Son las aguas termales de Pamukkale. Disfruto con la idea que en estas mismas aguas y en estas mismas piletas se bañaba Cleopatra. El contacto con el agua parece diferente. La transparencia del agua deja ver claramente como descansan en el fondo, pilastras, columnas, pedazos de dinteles de la antigua grandeza de Hierápolis; ciudad Romana destruída por los terremotos, las guerras y el tiempo. Dá la sensación de que es un río que pasa. Los 37 grados del agua la hacen muy agradable, tal vez porque no compiten con la temperatura de nuestro cuerpo. Sin contradecir ni refutar al vecino filósofo Heráclito: puedo decir que me bañé en las "mismas aguas" que se bañó Cleopatra en la época que coqueteaba con los emperadores romanos e iba a este lugar a tomar sus baños termales, a gozar del spa natural y entre masajes y orgías, urdir algún nuevo complot. El paisaje es muy bello y exótico. La ladera de los cerros son completamente blancas, como si tuvieran nieves eternas. Un " Castillo de Algodón" ese es su actual nombre turco Pumakkale. Por algo será. El bicarbonato de calcio que brota de sus aguas pinta todo de blanco. Caliza y travertino. Blando como la cal, duro como el mármol. Los ganzos y los cisnes , presuntuosos de su belleza, exhiben su vanidad, reflejándose en las transparentes aguas del lago color esmeralda, que yace a los pies del cerro y se evanece en el aire transparente. Las aguas siguen surgiendo desde las profundidades de este cántaro de piedra, desde el principio de los tiempos, indiferente a su transcurso. Es la naturaleza. Lo hecho por el hombre, al final , sólo son ruinas.
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