martes, 11 de septiembre de 2018

2017: ALEMANIA, DRESDE

Resucitaré. Una y mil veces: Resucitaré. De entre el fuego de las llamas y el olor de los escombros , el bebé ardiendo de fiebre aliada en su inocente carruaje en llamas, y las secas lágrimas desesperadas de su madre. A pesar de todo:  Resucitaré. Podrás verme desde el balcón de Europa, la vieja e incomprensible Europa, pretender pasear orgullosa reconstruidas torres majestuosas cubiertas por las melodías de un piano blanco de cola y el oscuro óxido del tiempo , sin olvidar su dolor... sin olvidar su dolor...
 Levanto la vista desde el inexpresivo empedrado de Dresde y veo erguida una de las ciudades más bellas que he conocido. Resulta difícil de pensar que esta ciudad el 13 de febrero de 1945 fue arrasada por 4000 toneladas de explosivos y fósforo. 
Esta ciudad que veo, luciendo sus fachadas y cúpulas con lo mejor del barroco renacentista, con algunos rastros oscuros que parecen pintados al carbòn, se levantó después del más brutal ataque aéreo que pueda sufrir una ciudad. La alfombra de fuego, destrucción y muerte que tendieron los aliados sobre Dresde , no dejó vida ni cultura en pie; todo se lo llevó el fuego; y a pesar de ello aquí está, reconstruida ladrillo por ladrillo. con las llagas del dolor, el pesar de los exilios  y el lamento del éxodo. Demandó setenta años reconstruir lo que se destruyó en una noche, pero esta parece ser la dialéctica perversa que persigue al hombre; se repite y repica en los tiempos de la historia, en los espacios de las geografías.
 






El concertistDesde las escalinatas del Palacio Residencial de los Príncipes de Sajonia, un joven concertista interpreta exquisitamente la Oda "Canto a la Alegría" escrita por Schiller en esta ciudad y musicalizada por Beethoven . Como una ironía del destino, esta ciudad supo transformarse en el Canto a la tristeza gracias a las bombas de la guerra. Pero el piano blanco de cola  está allí y el joven concertista se sumerge en su inspiración para devolver la alegría que Schiller percibió en Dresde.
El Desfile de los Príncipes, un mural de 102 metros de largo por 9 metros de altura, hecho con 24000 azulejos de Meissen, pueblo cercano sobre el Rio Elba,desplegado sobre la pared externa de las caballerizas del Palacio de los Príncipes de Sajonia . Son 93 figuras de Príncipes de la casa de Wettin de Sajonia . "Fürstenzug" los príncipes a caballo. Uno pisa la rosa roja. La rosa roja fue el símbolo de Lutero. El Príncipe y su caballos, pisan la rosa roja, metáfora que trata de explicar como aplastar el cisma de la iglesia de Roma. Metáfora aparte, no pudieron los príncipes; el cisma continúa y la Iglesia Protestante de Lutero por estas tierras es la máxima expresión de fe y religiosidad.
Dejé la Schossplatz (Plaza del Palacio), dejé la Semperoper (Opera), la Frauenkirche, al pianista del piano blanco, el canto alegre del que espera un nuevo día e ingresé por uno de sus portales al majestuoso patio del Palacio de Residencia, escudos reales, campanas de cerámica blanca, cuarenta campanas en total y piedra sobre piedra, ladrillo sobre ladrillo, cadáver sobre cadáver, se va reconstruyendo Dresde.
 

 Salí por la puerta de las Campanas y crucé a Altmark, plaza seca y limpia de escombros y edificios derruídos a fuerza de topadoras, plan de trabajo y orden. Dejaron la plaza para la fiesta, las festividades, en estos momentos la Oktoberfest, con cervezas por hectolitros y salchichas alemanas braseadas. Una delicia al paso que compartimos con Mabel y Anife. En la plaza del Mercado. La cerveza negra que bebí allí, me inyectó nuevos brìos, volví mis pasos sobre callejuelas y escaparates, muros y postales tras la plaza calma de Lutero, la kirche de Nuestra Señora, pasadizo, barrocos y nuevos barrocos y al balcón de Europa, un paseo sobre el Rio Elba y la vista a la llanura sajona.
                             
  Atrás quedaron duques y duquesas, príncipes y princesas, sólo nosotros, los otros, contemplando desde el balcón . Las pequeñas barcazas van y vienen por el Elba, lentamente como lento va su cauce. Es una exigencia de mi sensibilidad estética, sentir el síndrome de Stendhal y quedar prendado del paisaje. Estuve en Dresde, después de las bombas y el fuego, con música y poesía, una ciudad de fantasía. Dresde de Sajonia, la de la rosa blanca, la de la rosa roja , privada por los cascos de soberbios caballos, de soberbios jinetes, de soberbios asesinos de carne asada en pilas de cadáveres amontonados. De la ruina de la destrucciòn, la voluntad del sajòn, resucitò la vida, la obra, la alegría, los acordes del piano de cola y el tañir de las cuarenta camapanas blancas. Del mateo elegante de pesados caballos, condenados de Lutero, envueltos por los acordes de Andie Freude, a la alegría del nativo Schiller y los acordes de Beethoven.


 


  

De Dresde me llevo, el Mural de los Príncipes, El Balcón del Elba, los acordes del piano blanco, la bella arquitectura barroca, y el anónimo esfuerzo de un pueblo diezmado en tres noches de infierno y pacientemente reconstruídos en 70 años de trabajo. Me llevo la imagen de una de las ciudades más bellas que he visto, de la que fuera la Florencia del Elba, Me llevo un contradictorio sentimiento de una única verdad: la violencia de la guerra no tiene ideología.
A Dresde le faltó un Picasso.


"Alegres, como vuelan sus soles
a través de la espléndida bóveda celeste;
corred verdugos, seguid vuestra ruta
alegres como el héroe hacia la victoria"
" Escucha hermano la canción de la alegría
el canto alegre del que espera un nuevo día;
ven canta, sueña cantando,
vive soñando el nuevo sol;
en que los hombres volverán a ser hermanos"
Friedrich Von Schiller " Oda a la alegría"  1785



"Cultivo una rosa blanca
en Junio como en Enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.
Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo
cultivo una rosa blanca "
                                            José Martí
                                                         

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